Por Luís Rafael Sánchez Peralta (Luichy)
En artículos como este, siempre busco que,
además de la actual, su vigencia sea cada vez más firme en el tiempo, 30, 50…
80 años después. Es un aspecto periodístico que me apasiona.
En un país en el que impera la imposición de
opiniones, siempre es oportuno recordar que nadie es dueño exclusivo de la
verdad. Cuando usted vea a alguien tratando de imponer su criterio (eso es pan
nuestro de cada día en República Dominicana), descartando las opiniones de
otros, se está ante algo que no merece respeto.
Esta es mi verdad, admitiendo que todos
estamos expuestos a la discrepancia.
En mi adolescencia (década de 1970), mi
deporte favorito no era el béisbol. Nunca imaginé que el trayecto futuro me
llevaría donde estoy hoy día. Era una época en la que moldeaba ideales que
creía me llevarían a la actividad política, al servicio de la sociedad.
Sin embargo, desde mi niñez, nunca estuve
ajeno a los asuntos de Águilas Cibaeñas, debido a que fui el hijo de Juan
Sánchez Correa (presidente de ese equipo cuando se fundó la Lidom en 1955) que
más estuvo a su lado en su cotidianidad, incluso en otros aspectos de su vida.
No hubo forma de evitar que me moviera
permanentemente en su entorno. En el otoño de 1975, mi padre sacó al aire un
programa radial diario llamado “La Mesa Redonda del Deporte” (ya había existido
a principios de los años 50), junto al doctor Conrado González Monción
(distinguido abogado y directivo aguilucho fallecido ese mismo año), Dennis
Cabral (egregio comentarista deportivo de la época, padre de Kevin Cabral) y el
cronista vegano Frank Félix (o Feliz) Concepción.
Sánchez Correa y González Monción fueron los
artífices de los estatutos de las Águilas Cibaeñas, cuando a principios de los
años 70 esta institución se convirtió en compañía por acciones. Ya Sánchez
Correa había sido parte de la elaboración de los estatutos de la Lidom en 1955.
Apenas estaba a un par de semanas de yo
cumplir 15 años de edad cuando surgió el citado programa radial, pero fui parte
de él estando presente en cabina durante el desarrollo de cada emisión,
nutriéndome día a día. Era lo que hoy se podría definir como “un tolete de
programa”.
Ahí se hablaba esencialmente de pelota, de
las Águilas y de la Lidom, y sus relaciones con lo que se conocía como “béisbol
organizado de los Estados Unidos”. Dos años después (1977) pasé a formar parte
del programa, iniciando mis labores como comentarista deportivo.
En 1978 terminé el bachillerato y empezando
la década de 1980, sin darme cuenta, estaba iniciando una carrera en las
Águilas que me ha permitido ser la única persona que desde entonces (casi 4
décadas) hasta la actualidad está metido en sus oficinas de manera
ininterrumpida durante los 12 meses del año.
Obviamente, eso no quiere decir que soy la
persona con más conocimientos en las Águilas… ni cerca. Dios me libre creer
eso, ya que precisamente he visto cómo otros sí se lo han creído.
La experiencia ha sido extraordinaria y, por
enseñanza de mi padre, sin ningún interés personal. No tengo dudas, su
influencia me sacó de aspiraciones políticas.
Viendo pasar los años, ya con nieto, he sido
testigo de varias evoluciones de nuestro béisbol profesional y de las
interioridades de Águilas Cibaeñas. Muy desagradable en los años recientes. El
material es para escribir un libro, pero lo que me parece más oportuno es
resaltar el valor de la corona 21, conquistada por el tradicional conjunto
cibaeño el pasado 31 de enero.
Mi padre pregonaba en “La Mesa Redonda del
Deporte” que Águilas Cibaeñas es una entidad de origen municipal y que es a su
fanaticada a quien se le debe rendir cuentas. Precisamente fue en el
Ayuntamiento de Santiago donde en 1955 lo eligieron presidente de las Águilas.
En el 2015, las Águilas Cibaeñas se
encontraban sumergidas en una profunda crisis (aún con asuntos por resolver)
que personalmente me llevó a advertir a lo interno que el equipo no estaba en
condiciones ni siquiera de clasificar en la serie regular, como penosamente
ocurrió en el campeonato 2015-16.
Con el campeonato 2014-15 había concluido la
gestión gerencial de dos años de Stanley Javier y en la primavera del 2015, en
la reunión del consejo directivo en la que se informó que Javier no seguiría,
hice la siguiente exposición:
“Aquí debe ponderarse con firmeza que si se
desea el éxito, las Águilas necesitan un gerente costoso, no caro. Lo costoso
cuesta mucho y lo vale, lo caro cuesta mucho y no lo vale”. Lo dije sabiendo
que ese año no ocurriría, debido al nivel de apetencias personales existente.
Nadie estaba exento de responsabilidad.
Llegó el 2016, terminó la Serie del Caribe de
ese año, y un día el colega Héctor J. Cruz le preguntó a mi hermano Juanchy
“¿se van a dejar quitar a Manny Acta?”.
Ahí empezó una nueva historia.
Afortunadamente, pese a oposiciones conocidas por Manny, los tres accionistas
que hacen mayoría absoluta en las Águilas se unieron para hacer realidad su
llegada a las Águilas. Ellos son: Juanchy Sánchez, Fabio Augusto Jorge y
Quilvio Hernández.
Aquí no voy a profundizar en esto último,
pero fue muy evidente que con Manny Acta las Águilas tendrían magníficas
oportunidades de romper con un mito, una situación obsoleta que ya no encaja en
la actualidad.
Ese mito es que las Águilas sólo saldrían a
flote con personas de raíces aguiluchas. Todos debemos entender, de una vez y
por todas, que lo importante en administración deportiva es el talento
gerencial, la capacidad de poder manejar el interés colectivo por encima del
interés particular.
Llego más lejos. El destino ha premiado a las
Águilas Cibaeñas de tal manera que le ha permitido frenar su peor sequía en la
única ocasión de su historia en la que no se ha podido elegir un consejo
directivo. ¿Mensaje? Que cuando hay una buena cabeza deportiva, lo demás es
secundario.
He dicho por otras vías, y lo reitero aquí,
sin la llegada de Manny Acta muy difícilmente Águilas Cibaeñas hubiesen pasado
de la serie regular en los campeonatos 2016-17 y 2017-18, tal como ocurrió en
2015-16.
Con su mano derecha Ángel Santana, secundada
por Luima Sánchez, Gian Guzmán, Félix Peguero, Ángel Ovalles, Nelson Silverio y
Kevin Cabral, sin duda, la corona 21 de Águilas Cibaeñas se llama Manny Acta.
Manny logró algo inimaginable en el béisbol
dominicano: Conquistar como gerente las coronas 21 de Licey y Águilas, los
grandes rivales de nuestra pelota, los rivales que más “se odian”. ¿Otro mito
roto?
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